Kianny Antigua (1979) no es complaciente y se niega a darnos textos
fieles a zonas de confort. En los quince cuentos que componen a El tragaluz del sótano (2014) se muestra
una visión indulgente y siniestra. Indulgente por apelar a nuestra compasión.
Siniestra porque somos cómplices mirando desde las sombras.
Existen infiernos morales en la ficción. Es necesario. El ser humano se
piensa corrompido. Antigua lo muestra en bloques tópicos a lo largo de esta
obra.

La autora nos ofrece una perspectiva rulfiana (léase el artículo de Thomas C. Lyon, titulado: Juan Rulfo o no hay salvación en la vida ni en la muerte) de quienes sufren. Esto se muestra en cuentos como “El tragaluz del sótano”, “Besos de carnaval”, “Cierta inercia” y “La última parada”. En el primero, que es homónimo del libro, hay una mueca de redención. Robar es como bálsamo para una psique enferma. En el último seguimos dañados:
Ahí quedó tendida y hasta que una corriente turbia no batió aquel cuerpo inmóvil, el hombre no dejó de admirarla. (La última parada)
La culpa:
No hay mayor injusticia que ser injusto con uno mismo. “Perdida en
Nevsky” inaugura el libro. Un tour por Europa, excusa para un relato
escatológicamente erótico (no en sentido que los guagüeros literarios le
darán). Un amor que está en decadencia. Incompatibilidad en una pareja lésbica
es un tema no muy tratado en la narrativa dominicana (locales o de las
respectivas diásporas que también son locales). Sumisión es pecado y el precio
es la muerte del amor disuelto en las calles de Rusia.
En “Llegó Chiche”, el amante quiere escapar, antes de que Chiche,
marido, regrese a casa. Esa alegoría del infierno, presente en la narrativa de
Antigua (léase Nueve Iris y otros malditos cuentos, 2010) como sufrimiento
angustioso que empeora con cada segundo. De pronto es solo un instante en la
consciencia.

La desgracia inmerecida:
En “Pena máxima” vivimos el infierno junto a Chu, Víctima de todas las
vejaciones que, solo vivo se pueden cruzar. Siempre deben ser dos los agresores
misteriosos, los asesinos, los violadores, los secuestradores. Tanto en éste
como en “La puerta de hierro”, está presente el dueto macabro. Dos heraldos de
muerte que podrían ser Dios y El Diablo (insisto con el Libro de Job).
“Vagón” es ese guiño de ternura en medio de todos los pasillos grises que Antigua trabaja. Sufre un niño, cuyo único delito es su madre. El narrador intenta que apelemos a la compasión. A la compasión inútil que sirve para doler y caminar:
Nosotros saldremos de este vagón en unos minutos, pero el niño tendrá que irse con su madre. (Vagón)
El viejo y una muchacha somos los lectores viendo a la madre (personificación del universo narrativo de Kianny Antigua) jugar con el alma de cuantos sufren. Estamos impotentes ante una realidad agresiva. Quienes pueden cambiar las cosas no tienen la autoridad para ello.
Mis palabras representan una lectura apresurada, si se quiere. La literatura es multiplicidad de sentidos. El tragaluz del sótano está frente a Uds.
Isidro Jiménez Guillén
San Cristóbal, 2014