martes, 11 de junio de 2013

Breve estudio de un motorista paranoico (4to Premio en el Certamen de Cuentos de Radio Santa María, La Vega 2009)

Se puso el abrigo rojo. Justo cuando cerraba la puerta, ya saliendo de la casa, recordó que no había desayunado. Medio plato del domplín que quedó de anoche no era desayuno para un motorista como Cepillín. Mucho menos si lo acompaña un vaso de agua a temperatura ambiente (porque no tenía nevera) y la paranoia que lo acosaba desde pequeño.

Había sacado la motocicleta Yamaha 115, temprano como siempre. Al que madruga, Dios le da pasajeros de a 50 pesos. Cepi tenía prisa por comenzar la faena lejos del barrio. Encendió el motor con dos patadas expertas. Aceleró y dio inicio al camino, rumbo a la compraventa La Bondadosa. Ahí espera a los pasajeros, junto al Chimi de Lalo.


(Nota I)


Un lunes en la mañana, mientras se distraía viendo a la mujer de piernas largas y falda corta, Cepi sintió que alguien le daba tres o cuatro patadas al motor. Giró la cabeza, casi por impulso mecánico. Tomó del cuello de la camisa al muchacho. Era el que pasaba diariamente por el Chimi de Lalo (camino de la escuela) y le hacía señas ofensivas que, por ironías de la vida, este narrador no sabría describir bien. Cepillín ya lo tenía agarrado por la camisa en una de las paredes de la compraventa. Los demás motoristas lograron calmar su rabia; pero la camisa azul cielo del muchacho, estaba destrozada, igual que sus nervios. Cepi fue sentado en una silla plástica.


Lalo se acercó, ya pasado el tumulto.


- Pero ¿tú ta’ loco, Cepi? Ese muchacho no te hizo na’- le dijo, como esperando una respuesta, una excusa para todo lo que había hecho.


Cepi, con su gorra de los Caimanes del Sur en la mano, alzó la vista hacia su amigo.


-¿Tú no lo vite? Ese azarosito se puso a darle patá’ al motor… – y detuvo un momento la voz forzada, temblorosa; luego continuó la explicación- ¡Él quería jodé, hace mucho… Lo tenía planiao… por eso e’ que siempre venía por aquí…. Pero tú verá’, ¡a que no pasa otra ve’… coño!


(Tiempo corriente)


Dobló una esquina a la izquierda; bajando por la calle (ya mojada por la lluvia de anoche) que da rumbo al mercado. Pasó la vista por el indicador de combustible: Casi vacío. Le pondría un poco más de gasolina (regular sin plomo) inmediatamente consiguiese el primer pasajero del día. No podía llenarlo ahora.. Debía llegar temprano a donde Lalo, para comerse un chimi fiáo antes de que los demás motoristas llegaran. El estómago comenzaba a dar señales de escasez.


(Nota II)


El apodo de Cepillín (como suele suceder) no tenía razón de ser. Por lo que su delirio de persecución parecía, en ocasiones, más caprichoso que racional. Tía Pura (no le gustaba que le dijeran Doña, a pesar de sus cuarenta y tres diciembres) no encontraba nada fuera de lo común en dicho comportamiento.


-Eso son cosas de muchachos… (22, los paticos)- decía a las compañeras de juego, con su acento de capitaleña recién llegada. –Vas a ver que, desde que se ponga grandecito… (69, Papi y Mami contentos) eso se le pasa… (33, la edad de Cristo)… ¡BINGO!


El dinero que mandaba la mamá (hermana menor de Pura) era bien administrado: las tres comidas diarias, el Bingo, el colegio de monjas (con los quince pesos de la merienda), ropa de ir a la misa de los domingos y algún juguete comprado al azar en el día de Los Reyes. Así transcurría la infancia común en el barrio, entre peleas con los amiguitos que le ponían apodos y canciones: Cepillin, buen lambón… Cepillin, buen lambón… Cep…


-Tía, tía… venga a ve’… me tan relajando… tía…- gemía con los ojos grandes y negros y húmedos y desesperados.


-Vete para la casa… Tú siempre dices que te están poniendo nombres… entonces, vete para la casa y no juegues con nadie… vete pa’ no castigarte como ayer…


(Tiempo corriente)


Al parecer, la lluvia de anoche fue más fuerte de lo que se pensaba. Cepillín, casi al pasar por la esquina de la Zapatería Don José, vio lo que terminaría por cambiarle el día. El desconocido (franela azul, de mangas largas) soltó las muletas, cayendo de espaldas sobre la acera. Se percató de que al desconocido le faltaba la pierna derecha. Esto fue una observación fugaz, desplazada por otra más urgente: el hombre convulsionaba y Cepillín no sabía con exactitud lo que se debía hacer en casos como este. ¿Qué sabe un motorista sobre primeros auxilios?


Desconocido (a falta de algún nombre), era de aspecto inofensivo, de una sudorosa y manchada piel oscura. Cepillín en ningún momento le vio los ojos; ningún motorista que se respete debe verle los ojos a otro hombre, pasajero o no. Frenó al Yamaha 115, asegurándose de que no había otro vehículo tras él. Ya estaba frente a Desconocido, mirando a los lados, como buscando ayuda. Lanzó una mirada seca y escéptica, la moto, a la vez que se agachaba para incorporar al hombre que aún convulsionaba. Cepillín se detuvo. Retrocedió cuatro pasos, al ver el cable eléctrico que se movía como el reloj que tenía Tía Pura en su cuarto.
 

Cepillín vio pasar, indiferentes, a Don Asensio (el mitómano de Barrio) y su nieto. El viejo explicaba cómo hacían para nombrar las tormentas. Cepillín vio a Don Asensio tomarle del brazo al nieto, alejándose más, dando un no con la cabeza, y caminando más rápido, y alzar la voz jurándole al nieto quetrabajaba en meteorología cuando Los doce años, y alejarse convirtiéndose en un rumor frío camino al mercado. Fueron incontables las veces que miró Cepillín a los lados.


-Amigo, venga acá. Ayúdeme a levanta’ a ete muchacho- Le dijo, casi como una orden, a un joven de franela negra y rostro despreocupado, quien sin más gesto se acercó. El gruñido de estómago, proveniente de Cepillín, le produjeron ganas incontenibles de preguntar la hora, a la vez que recordaba: el medio domplín de anoche no era desayuno.


Se está haciendo, dizque tiene epilepsia…!- una voz autoritaria como de gran conocedor- ¡yo sé de eso… siempre pasa por aquí haciendo el mismo show!- hizo pausa para recostarse mejor de la jipetablanca, tomar un poco de aire y continuar sin inmutarse ¡Llévense de mí, yo soy médico!


(Nota III)


Tía Pura estaba enojada. Regresó con la chancleta samuray, lista para disciplinar al sobrino que sollozaba en la cocina (en la esquina, al lado de la nevera). La camisa azul-cielo, estaba salpicada por insistentes gotas de sangre que se notaban bajo el distintivo del colegio. La tía dio rienda suelta al instinto represivo con que se criaba a la gente durante La Era del Jefe, coordinando el golpe con el regaño; haciendo cada impacto-palabra más doloroso que el anterior…


-Mira cómo (tua) vienen a buscarme, para darme cuentas. Pero tú (tua) vas (tua) a (tua) ver (tua), mu(tua)cha(tua)cho(tua) e’(tua) la (tua) mierda. No sé por qué tu mamá no te dejo con la familia de tu papá, pa’ que salga delincuente como él.


-Tía, ese muchacho… comenzó a jodé’… oh, oh, oh…Yo taba sentao’ y, y…


Cállese (tua), tú no tienes hijo para andar dando golpes. Ahora le partiste la boca. Tú verás a los vecinos hablando de una, buen (tua) degraciao’. No vas a salir a jugar otra vez (tua), (tua), (tua)… y váyase para el cuarto, póngase de castigo (de rodillas frente a la pared)!


Esa noche no durmió, la idea de escaparse de la casa producía tanto ruido que le opacaba el sueño. Se sentía todo un hombre. Recientemente había cumplido los once. Se fue, dejando sus estudios, el techo, las tres comidas diarias, Tía Pura y los chancletazos. Solo había tiempo para pensar en sobrevivir.Ganarse el pan como fuese necesario. Mantener vigente esa paranoia, cada vez más cómoda, más llevadera, más suya.


Pasaron pocos años para que el bolsillo le permitiera comprarse un motor Yamaha 115. Ya no fue necesario preguntar por Tía Pura.


(Tiempo corriente)


Déjenlo ahí, eso se le va solo!...- insistió el hombre de piel clara y limpia, como su traje. … ¡Te digo que soy médico!

El muchacho de la franela negra se levantó y siguió su camino, como quien recibe órdenes de algún superior.


Cepillín dudó, como lo hacía siempre. Miró de reojo el Yamaha 115 y olvidando la ley auto impuesta por el motorista, miró también el rostro, cada vez más pálido de Desconocido. Notó un carnet pendulando en el bolsillo izquierdo del traje blanco (se movía como la cadena de oro que usaba Tía Pura). Parecía el carnet de un médico, ¿de un médico?, de un médico. Cepillín se levantó. Dio dos pasos hacia atrás. Se alejó de Desconocido, sin dejar de verle la cara olvidando reglas. Subió al motor. Sin dudar por un momento, se convirtió de nuevo en el motorista de impermeable rojo.


(Tiempo futuro)


La gente si son abusadore’!


-¿Y por qué tú dices eso, Lalo?


-¡Oh, Doña Pura!, un tipo le taba dando golpe a otro que le faltaba una pierna. Por suerte, apareció un doctor y un muchacho a defende’ al lisiao’.


-Pero… ¿no agarraron a ese abusador?


-No, Doña Pura… se echó a corré’. Andaba en un motol. El médico no lo vio bien, pero dice que llevaba un abrigo grueso y rojo.